Café con un extraño


Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso. No le di importancia al gesto de caballerosidad de aquel sujeto porque esa mañana mi cabeza estaba hecha un lío. Había tenido otra fuerte discusión con Lionel porque el quería mudarse de ciudad, mientras que yo me oponía rotundamente.

Ocupé una de las mesas de madera que estaba cerca a la ventana y pude advertir que pequeñas gotas empezaban a resbalar en los cristales. Era la señal inequívoca de otro día invernal en Lima. Sin embargo, eso pasó a un segundo plano, cuando el ambiente fue invadido por un agradable aroma a café recién pasado.

Advertí que la mesera de uniforme azul y melena recogida en una cola de caballo se acercaba, portando una pequeña libreta y un lapicero.
_ ¡Buenas! Quisiera un capuccino, por favor _ dije en tono muy amable, pero cuál sería mi sorpresa. Aquella joven me ignoró por completo, atendiendo a un tipo que había llegado después que yo y ocupaba la mesa contigua.
De pronto, sentí la mirada fugaz del hombre de cabello cano que estaba sentado a lo lejos y que tomaba a sorbos su café. Por momentos, escribía en un cuaderno de forma compulsiva. Pasaron los minutos y yo estaba pensando en Lionel, cuando él se aproximó.
_ Disculpe, ¿puedo sentarme?
_ Estoy esperando a mi esposo _ respondi con la firmeza de mi voz.
Bajando la mirada y algo avergonzado, él se alejó a paso lento, volviendo a su lugar. En eso, una señora vestida de negro y una niña de abrigo rosado y gorro blanco, ingresaron al local, sentándose conmigo.
_ Lo siento, señora, no puede ocupar este sitio. Espero a mi esposo.
Otra vez, la joven se acercó y tomó el pedido de aquella mujer, mientras que yo protestaba muy enojada. Sentí que mis mejillas se encendieron. La dulce voz de la nena con ojos verdes y largas trenzas apaciguó mi ira, pero me dejó desconcertada.
_ Tía Ana, ¿quién es la señorita que está a tu lado?
_ ¡Lourdes, por favor!_ replicó ella muy fastidiada _ En esta mesa solo estamos tú y yo.
La muchacha no tardó en regresar con unas bolsas de plástico. De forma mecánica, la mujer pagó la cuenta, tomó los pedidos y salió de la cafetería, cogiendo de la mano a la niña que giró sobre sí para regalarme una mirada compasiva.
El hombre de cabello cano volvió a abordarme.
_ Por favor, tengo algo muy importante que decirle _ dijo, sentándose a mi lado.
_ ¡Quiere dejarme en paz! _ grité, muy ofuscada.
_ Se trata de su esposo Lionel.
_ ¿Lo conoce? ¿De dónde? ¿Quién es usted?
El extraño guardó un breve silencio. La vida había dejado profundas huellas en su rostro iluminado por unas pupilas color avellana.

Sobre la mesa, él dejó un cuaderno que mostraba figuras góticas en la carátula y guardó el bolígrafo en el bolsillo de su saco gris.
_ Él está en el hospital, pero va a recuperarse. Fue un accidente de tránsito, donde usted… usted murió.
_ ¡Está demente!
_ Por favor, debe creerme. Intente tomar el servilletero de la mesa. ¡Vamos! ¡Hágalo!
_ ¡Qué estupidez! _ respondi muy molesta y alargue la mano derecha. Mis dedos se hundieron en ese objeto como si fuese el agua que caía de un arroyo. Era imposible que pudiera cogerlo. Mi mano era transparente. Sentí que un viento helado recorrió todo mi cuerpo.
_ Es una pesadilla y en cualquier momento voy a despertar. Esto no puede estar pasando… _ dije aterrada y a punto de quebrarme
_ ¡No se angustie! Ahora puede cruzar. Sus padres la esperan con los brazos abiertos.

En eso, la mesera se acercó y preguntó con mucha curiosidad:
_ Disculpe, señor. ¿Con quién habla?
_ Yo… yo estaba leyendo en voz alta. Soy escritor _ afirmó, mostrándole las páginas de su cuaderno, lleno de miles de párrafos escritos a mano.

No pude soportarlo más. Desesperada, apoyé mis manos en la cabeza y di un alarido de dolor. Alrededor, las tazas de fina porcelana estallaron, quedando en minúsculos pedazos esparcidos en las mesas y en el piso que brillaba como espejo.

La oscura bebida goteaba de sus rostros. Algunos clientes profirieron gritos y otros derramaron lágrimas. El resto de la gente trataba de calmarlos. Era un cuadro infernal. Envuelta en mi profundo dolor, desaparecí.

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